La meditación se realiza a través del cuerpo; esto es obvio. Sin embargo, a menudo, al intentar calmar la mente, nos olvidamos de conectar con las sensaciones físicas y perdemos la gran oportunidad para sentirnos plenamente. Es verdad que estar en sintonía con nosotros mismos no siempre es sencillo. Al adoptar una rutina de meditación, descubrimos “voces” en nuestro cuerpo que antes no escuchábamos. También descubrimos que hay emociones que se almacenan, como un desván que acumula polvo si no se atiende. Si descuidamos nuestro bienestar físico y emocional, podemos acabar sintiéndonos sobrecargados. Prestarnos más atención puede tener un impacto significativo en nuestra salud mental, ya que empezamos a liberar emociones y tensiones que habíamos reprimido.
La práctica de la meditación es un proceso gradual. Comenzamos sintiendo el cuerpo y observando nuestra respiración. Pero, a pesar de saber que debemos empezar por ahí, nos distraemos con los pensamientos. En este punto, algunas personas pueden sentirse frustradas y abandonar, o quedarse atrapadas en un bucle sin lograr avanzar.
En lugar de quedarnos estancados en patrones que nos llevan a la ansiedad o a la evitación, podemos intentar conectarnos con nuestra cuerpo de manera más amable y consciente. Esto significa aprender a sentir genuinamente lo que ocurre dentro de nosotros. Se trata de una capacidad innata que también podemos fortalecer con práctica. Como cualquier otra habilidad, si no la ejercitamos, podemos perderla, pero siempre es posible retomarla.
Cada vez que nos tomamos un momento para meditar, simplemente regresamos al cuerpo y observamos desde una atalaya de ecuanimidad. Con el tiempo, reconocemos con más facilidad cómo nos sentimos y nos acercarnos a esas sensaciones con curiosidad y compasión.
Artículo inspirado en How to Be in the Body (Without Jumping Out of Your Skin) publicado en la revista Tricycle en marzo del año 2021.
Foto de Samantha Hurley de Explosión